Para algunos viticultores argentinos el fin del mundo empezó en 1996,
cuando no estaban de moda las profecías
de los mayas y escasamente se hablaba del Y2K
que arruinaría toda la informática a las 0 horas del 1 de enero del año 2000.
La idea era simple,
pero realizarla representaba un
trabajo arduo: sembrar uvas para vino en San Patricio del Chañar,
en la provincia de Neuquén,
fuera de la zona de irrigación que lleva el nombre de la región.
El nombre del negocio sería Bodegas del Fin del Mundo.
Fue necesario construir un canal de 20 kilómetros,
instalar cortinas rompevientos y proteger las
plantas con unos conos
(similares a los que usan los perros para evitar que se rasquen) para sacar adelante los cultivos.
El proyecto parecía quijotesco,
pero literalmente dio sus frutos en forma de uvas malbec
, merlot, cabernet sauvignon, pinot noir, syra
h, cabernet franc, tanta, chardonnay,
sauvignon blanc, semillon y viognier,
que crecen sin mayores problemas en un terreno de 870 hectáreas.
Nunca la expresión "fin del mundo"
había sonado a promesa en lugar de amenaza.
La bodega produce once referencias de vino,
que han sido premiadas en veinte ocasiones desde 2002
. Lo bueno de las Bodegas del Fin del Mundo es que,
pensándolo bien, no quedan tan lejos.
Neuquén es la provincia que por el norte limita con Mendoza,
la afamada región vinícola de Argentina,
y punto seguro de visita para cualquier amante del vino y la comida.
Pero además, Neuquén es un destino lleno de parques nacionales,
estaciones de esquí y zonas de pesca.
Si a eso se le suma la posibilidad de tomarse
unas buenas copas tras una visita gratuita a las Bodegas del Fin del Mundo,
el plan queda completamente armado.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario