Para algunos viticultores argentinos el fin del mundo empezó en 1996, cuando no estaban de moda las profecías de los mayas y escasamente se hablaba del Y2K que arruinaría toda la informática a las 0 horas del 1 de enero del año 2000. La idea era simple, pero realizarla representaba un trabajo arduo: sembrar uvas para vino en San Patricio del Chañar, en la provincia de Neuquén, fuera de la zona de irrigación que lleva el nombre de la región. El nombre del negocio sería Bodegas del Fin del Mundo. Fue necesario construir un canal de 20 kilómetros, instalar cortinas rompevientos y proteger las plantas con unos conos (similares a los que usan los perros para evitar que se rasquen) para sacar adelante los cultivos. El proyecto parecía quijotesco, pero literalmente dio sus frutos en forma de uvas malbec , merlot, cabernet sauvignon, pinot noir, s...
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